Los llanos
Esta carta forma parte de una serie de notas recogidas tras un viaje a través de la península ibérica por carreteras secundarias, desde Galicia a Pirineos
Mi coche es una flecha que no deja de moverse, cortando el viento, sin acabar de hacer diana. Atravieso la llanura salpicada de aldeas fantasma, con sus persianas cerradas a cal y canto en la hora detenida de la siesta.
Me paro para fotografiar los embalajes blancos de heno que salpican los campos, esculturas involuntarias en un paisaje aplastado por el cielo azul.
Al sol se le combate con estructuras metálicas de riego, alimentadas por canales con lecho de hormigón, una red de irrigación que mantiene la tierra fértil y viva. A lo lejos, parcelas de colores rojizos, anaranjados y verdes, son una manta hecha de retazos tejida antaño con azadón en mano y voluntad inquebrantable y que hoy es mantenida con máquinas de gigante, dirigidas por hombres de rostro quemado e impasible.
Este es nuestro patio trasero, la huerta que da el grano con el que se hace el pan que quita el hambre al más hambriento y deleita el paladar de la cuna más alta, desde el barrio de Salamanca a las tres mil viviendas. Por eso es el paisaje más quedo y sus hombres impasibles y resignados, porque así ha de ser.
Tras varios días en la carretera atrás quedó la sorpresa y el asombro que ofrecía el altiplano tras cada elevación en el asfalto. Castilla tiene una línea que no tiene final y a sus flancos un cuadro labrado por la mano del hombre, su sudor y sus máquinas, que se revela con tiento y poso como un espectáculo impresionista lleno de color y vida, una vez se le ha dado la espalda, una vez se piensa en ella ya de lejos.
Los pájaros me observan curiosos. Desde un banco a la sombra de un árbol tomo resuello y me alimento con mis provisiones. Mientras escucho el silbido de los camiones de mercancías y el murmullo de los peregrinos en su lenta penitencia hacia Compostela, no dejo pensar en la insignificante alma que soy en mitad de esta tierra liminal y detenida.
La tierra da lo suyo; el sol trabaja;
el hombre es para el suelo:
genera, siembra y labra
y su fatiga unce la tierra al cielo.
Antonio Machado
En portada: Greg Hargreaves
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Retazos de otras vidas y universos, reales e imaginados:
Habitar es permanecer a buen recaudo. La esencia del construir es el dejar habitar. Sólo cuando somos capaces de habitar podemos construir. Construimos en la medida en que habitamos. Habitar es ser en la tierra.
Heidegger
Refugios
Otras correspondencias:
Azur González- azurgonzalez.com
Christian García Bello - christiangarciabello.es