Me despierto a las cinco, poco antes de que suene el despertador. A las seis estoy vestido y desayunando mientras hago inventario mental de todo lo necesario para la acometida de hoy.
Salgo de Catley para Brecon Beacons sobre las siete. Las carreteras secundarias se llenan de coches, furgonetas y camiones. Es lunes y todo el mundo tiene algo importante que hacer.
En poco más de un hora estoy llegando a mi destino. Un semáforo que regula el tránsito me retiene hasta que un tipo se para a mi lado para avisarme que el cacharro está funcionando mal y que me decida a pasar el tramo en obras cuando no vea coches de frente. Eventualmente tendré encuentros desafortunados pero, hasta ahora, la gente en esta parte del país ha sido tan amable y atenta conmigo. Su decoro, educación y respeto me ha llegado al corazón.
Dejo el coche en Storey Arms y empiezo mi caminata hacia Corn Du, 872 metros de altitud oculta por una densa niebla que no se despejará hasta pasado el ecuador del día. Llegando a la cima de un sendero lateral surge una figura, un hombre salido de la bruma que semeja un fantasma. En el Pasado muchas culturas daban un margen de tiempo para comprobar si alguien salido de la nada era real, si era un hombre o bestia, ser mitológico o espíritu errante.
Todavía envuelto en bruma alcanzo la cima y me siento a beber y tomar fuerzas antes de acometer Pen y Fan (886m), otra subida que hará que mi corazón se dispare y me deje exhausto y humilde.
En estas montañas el peso de las leyendas sigue vivo. Los Beacons, Pen y Fan y Corn Du, son cumbres que el pueblo galés recuerda como el «Asiento de Arturo», o Cadair Arthur. Cuentan que fue Arturo quien en esa cumbre hallaba reposo, sentado en un trono de piedra mientras la niebla ocultaba sus secretos. Otros cuentan que aquí, en lo alto, el coloso Idris, gigante entre los gigantes, contemplaba las estrellas y los misterios del firmamento, de ahí que también se llame a este lugar Cadair Idris, un lugar encantado, donde el sueño del viajero puede ser su bendición o su condena. Quien osa dormir bajo su sombra puede despertar poeta, iluminado por el don del verso... o perder la razón, atrapado para siempre en el velo de lo invisible.
Las leyendas más oscuras relatan que en las noches sin luna, cuando los valles se llenan de sombras, se escucha el eco terrible de Cŵn Annwn, los perros de caza del otro mundo, conducidos por Gwyn ap Nudd, señor del inframundo. Sus aullidos desgarran el silencio, presagio de muerte para el que los oye: pues estas bestias colosales cazan las almas de los mortales y las arrastran a los oscuros dominios de Annwn, más allá de la luz del mundo. Desde luego, en esta mañana privada de sol y aislado por la neblina el peso de estas historias se siente en los huesos. Aún así, sigo mi camino confiando que las nubes se eleven a medida que recorro los dominios Arturo e Idris y el sol acabe por ahuyentar los malos augurios.
En lo alto de Pen y Fan escucho una voz: Ya want a photo, mate? Un montañero local que con ánimo se ofrece a sacarme una foto junto a la roca que culmina el pico. Le agradezco el gesto y me encamino hacia el siguiente destino poco después. Alcanzar Pen y Fan fue un momento especial para mí. He leído historias de este lugar como centro de entrenamiento de soldados británicos. Las Fuerzas Especiales de los SAS (The Special Air Service) acostumbraban a hacer sus entrenamientos aquí. Hacían rutas como estas en menos de cuatros horas (yo la completé a duras penas en nueve) Pocos entienden las capacidades no solo físicas sino mentales que requiere formar parte de este tipo de unidades y muchos las desprecian por meras convicciones antibelicistas. La fortaleza mental, la inteligencia para navegar y operar bajo condiciones extremas es digno de apreciación, y una vez conoces de cerca la realidad de su trabajo la idea de considerarlos simples salvajes sin cabeza se diluye con rápidez. Para mí, recorrer estos lugares a pie, al igual que pararme estos días ante las numerosas lápidas de veteranos de las Grandes Guerras en los camposantos, es más que un simple ejercicio físico o intelectual, es una declaración de respeto y admiración.
En Cribyn me decido a hacer una parada más extensa. Me tumbo en la ladera que mira a un valle y veo como el sol trata de hacerse paso, iluminando un riachuelo que atraviesa la pradera como una cicatriz. Un Halcón se mueve en espiral en el aire a pocos metros de mí, antes de lanzarse hacia su presa. Todo el entorno parece aceptarme en su regazo.
Retomo mi camino agradeciendo un largo tramo cuesta abajo antes de acometer Fan y Big, la puerta a un valle que quedará para siempre grabado en mi memoria. Desciendo un camino empinando, trazado más por los animales que por los hombres y el cielo se abre ante mí. Se divisa todo el valle, diáfano y rotundo. En su seno advierto una extraña estructura. Un muro de piedra gris con dos torres. El mapa lo marca como propiedad privada, nada más. No veo acceso desde el sendero por el que tránsito así que decido intentar acercarme en mi camino de regreso.
Una infinita pradera, bañada por torrentes que cruzan el sendero, se extiende ante mis ojos. El esplendor del sol y una brisa cálida lo envuelve todo. Estoy empapado en sudor, mi alma se siente llena de vida. Estos son los momentos en los que, tras el sufrimiento de las cumbres, uno siente que nada en realidad es real, que este mundo es un espejismo, una treta de la mente o un embrujo de los dioses que una vez dictaron aquí el destino de los hombres.
Desciendo hasta el bosque que da pie a la reserva de Talybont por caminos y pistas un poco más civilizadas. Me empapo del agua de los manantiales y me refugio a la sombra de encinas y robles.
Es hora de volver tras nuestros pasos, dejar el ensueño y desviarme hasta encontrar esa extraña estructura que me tiene intrigado.
De camino encuentro señales de propiedad privada. Los desvío por otros senderos hasta dar con el gran muro. El misterio se resuelve con una inscripción que cuenta que esto era una vieja presa, construida en 1902, ahora fuera de servicio. El agua la cruza tímidamente por un tunel de deshagüe que la deja caer con gracia por una escalatina de piedra hasta el arroyo, que seguirá su curso hacia Talybont.
Aprovecho para mojar los pies mientras admiro una construcción que camina entre lo industrial y medieval, entre lo utilitario y lo evocador.
Dejo atrás la vieja presa y navego un sendero apenas discernible a través del bosque. Al otro lado, me espera el pago por este desvío: un ascenso acusado, húmedo y descorazonador hasta el sendero que me llevará de nuevo hacia las cumbres, que acabarán por romper mi ánimo.
La subida de vuelta a Pen y Fan es un ejercicio de paciencia y resignación. La realización de que algún día mi cuerpo no podrá volver a transitar caminos como estos hace que me aborde una cierta sensación de desánimo. Pero hoy no, hoy puedo y me hago fuerte en ese pensamiento cada vez que me paro a dar descanso a mi corazón y mis piernas.
Alcanzo Storey Arms al atardecer, exhausto pero satisfecho, dolorido pero con el corazón lleno, todavía con las pulsaciones altas. Me he cruzado con fantasmas, me he sentado en el trono de Arturo, he recorrido los dominios de Idris, me han acompañado nobles soldados a través de la bruma pero, por encima de todo, he vuelto a sentir en el centro de mi alma quien soy, con todas mis faltas y todas mis virtudes, mis flaquezas y mis fortalezas.
He vivido toda una vida en un solo día.
Qué más se puede pedir…
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Impresionante.