Green the land is where my daily
Steps in jocund childhood played;
Dimpled close with hill and valley,
Dappled very close with shade;
Summer snow of apple-blossom
Running up from glade to glade.
Elizabeth Barrett Browning
Del libro Nooks and corners of Herefordshire
Jane y su perro me recibieron con una calurosa bienvenida. Agotado, intenté mantener una conversación consistente. Me he pasado el día conduciendo durante horas, con la tensión y los miedos a flor de piel, intentando mantener la calma y la concentración. Es mi primera vez conduciendo en Reino Unido y ya he pasado por un atasco y varios desvíos equivocados hasta llegar aquí.
Tras una noche en un antiguo palomar que Jane ha reconvertido una pequeña torre llena de encanto, preparo el desayuno con calma. La mañana promete agua y tengo que hacer tiempo. Desayuno en la mesa del jardín junto a mi nuevo compañero peludo, que viene a darme los buenos días antes de que caigan las primeras gotas.
Todavía me invade la inquietud. Ese miedo de las primeras veces, ese aprendizaje continuo en tierra extraña, ese navegar símbolos tan similares como ajenos, a través de una autopista que fluye como el progreso, sin piedad y sin descanso.
Dejo pasar la lluvia y salgo por la puerta de la granja. El viento sopla y mueve sin piedad los árboles del paraje. Catley es una inmensa pradera rodeada de tímidas colinas, frondosas lindes, árboles centenarios y granjas que parecen habitar estas tierras desde que Dickens escribió Grandes Esperanzas. Tras varias millas por una estrecha pista ya me encuentro mejor. Nada cura como caminar, nada te rescata como caminar, nada te lleva al ahora como caminar y nada como los caminos de la infancia para lograrlo.
Improviso un camino circular sin pretenderlo. Hoy se trata de perderse, no seguir rutas, y dar sentido a este lugar que parece detenido en otro tiempo. Me muevo entre pistas asfaltadas y footpaths que te llevan por el patio trasero de las casas y sus graneros, pasando sobre riachuelos que serpentean a lo largo de la pradera y plantaciones de manzanos, antiguo motor de estas tierras.
Me paro para admirar las vistas desde una finca abierta al horizonte. El sol va y viene entre nubes inmensas y vaporosas, pero no volverá a llover. Me viene a la mente la idea de un joven soldado recorriendo estos caminos, milagrosamente a salvo y de una pieza, con los ojos llorosos, pensando en volver a los brazos de su madre y sus hermanas y en reunir el valor para llamar a la puerta de esa muchacha a la que no dejaba de escribirle cartas, desde que Churchill lo mandó a la guerra.
Tal vez el progreso vuelva con fuerza a estos parajes como en aquellos días. O quizá ya lo esté haciendo. Veo letreros que avisan a los ladrones que la zona está vigilada. El lugar en el que estoy no es el único alojamiento en la zona. De un bus destartalado se bajan trabajadores temporales a comprar ropa técnica y militar en la tienda Surplus, cerca del pub. A duras penas aciertan a regatear precios con el dueño, debido a la frontera del lenguaje. Algunas granjas están tomando la dimensión de fábricas, con sus nuevos y gigantescos graneros y sus extensas explotaciones. Todo el mundo se agarra a algo que los mantenga vivos y rentables, mientras luchan por permanecer unidos a la tierra y su memoria.
La granja de Jane parece resistirse, con su pequeño jardín, frutales, una pequeña dote de ovejas, el pequeño alojamiento y quizá un trabajo en el pueblo a media jornada. Desde aquí el rugido parece tan lejano que es fácil pensar que más allá de Catley pocas cosas tenga realmente sentido.
Hacía mucho que no me permitía esto. Confieso que me está constando detenerme y encontrar la calma. Demasiado tiempo con el gas a fondo hace que cueste reducir la inercia. Lamento no poder detener el tiempo y vivir aquí como si lo hubiese hecho siempre. Y es extraño como es posible que entre todo lo bueno que siento estos días me anegue una extraña desolación, un desamparo y una cierta tristeza queda, crepuscular… ¿Por qué será que últimamente me domina esta sensación de que el mundo se apaga? Ese sentir que ciertos mundos empiezan a hacerse cada vez más pequeños, en un punto exacto de nuestras vidas, ni muy pronto ni muy cerca, hasta casi escapársenos de las manos.
Todo viaje es un intento por volver a lo esencial. Este es, sin duda, otro lugar donde me encuentro con los caminos de la infancia y siento que cada vez dispongo de menos tiempo para recorrerlos. De ahí esa ansiedad contenida que me acompaña.
Eventualmente, estoy seguro, estos lugares por los que pasaré conseguirán llevarme, como ya lo han hecho otros, a un lugar tranquilo. Y la desolación se convertirá en familiaridad, el desamparo en certeza, la tristeza en una añoranza cálida y la ansiedad, bueno, la ansiedad es mejor dejarla estar, va y viene como las mareas y hace lo que le da la real gana.
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